Una historia maravillosa de una conversación en el vientre
- Katiana Cordoba
- 19 mar
- 4 Min. de lectura
El otro día, en el gimnasio, tuve una conversación con un señor de 80 años. Había perdido recientemente a su mejor amigo, con quien había compartido 75 años de amistad. Por primera vez, comenzó a cuestionarse sobre la muerte y lo que sucede después. No estaba seguro. Creía que tal vez había algo más allá, pero no lo sabía con certeza.

Mientras hablábamos, pude ver en su rostro la mezcla de esperanza e incertidumbre, ese mismo sentimiento que todos llevamos dentro en algún momento. Y esa conversación me recordó una historia que escuché hace mucho tiempo.
Es una historia sencilla, pero profunda. Una historia que nos invita a reflexionar sobre lo que no podemos ver, pero sí sentir.
Es la historia de dos bebés en el vientre de su madre, preguntándose sobre lo que hay más allá.
En la calidez del vientre materno, dos pequeños seres flotaban en la oscuridad, sintiendo el ritmo de la vida a su alrededor. Percibían sonidos lejanos, sentían el suave movimiento que los acunaba, y cada día iban cambiando, creciendo. Todo parecía normal, hasta que uno de ellos hizo una pregunta inesperada.
— ¿Tú crees que hay vida después del nacimiento? —preguntó el primer bebé, con curiosidad.
El segundo bebé frunció el ceño.
— ¿Vida después del nacimiento? ¿Cómo así? No digas bobadas. Esto es la vida. Vivimos aquí, crecemos aquí, nos alimentamos a través del cordón… y cuando todo eso se acabe, pues ya, se acabó. No hay nada más.
El primer bebé se quedó en silencio por un momento.
— Pero… ¿y si esto solo es una preparación? ¿Y si después de salir de aquí hay algo mucho más grande, un mundo que ni siquiera podemos imaginar?
El segundo bebé se rio.
— Estás hablando de cosas que nadie ha visto. Nadie ha salido de aquí y ha vuelto a contarnos qué hay afuera. No hay pruebas de que exista otra vida.
El primer bebé sonrió.
— Tal vez nadie ha vuelto porque después del nacimiento comienza algo tan inmenso y maravilloso, que no hay razón para regresar. ¿Y si allá afuera podemos respirar, ver la luz, movernos libremente?
El segundo bebé negó con la cabeza.
— Puras tonterías. No hay luz, solo oscuridad. Esto es lo único que conocemos. Y si hubiera algo más, ya lo sabríamos, alguien nos lo habría dicho.
El primer bebé suspiró y luego murmuró:
— Pero dime una cosa… cuando todo está en silencio, ¿no has sentido algo? Un sonido suave, constante… como un latido.
El segundo bebé se quedó pensando. Sí, lo había sentido. Era un sonido rítmico, envolvente, como si viniera de todas partes y de ninguna al mismo tiempo.
— Eso no es nada, solo un ruido —respondió.
— No —dijo el primer bebé, con los ojos brillando de emoción—. Es el sonido de mamá. Ella está en todas partes, aunque no la podamos ver. Nos cuida, nos alimenta, nos da la vida. Sin ella, no estaríamos aquí.
El segundo bebé hizo un gesto de incredulidad.
— Si de verdad existe, ¿por qué no la podemos ver?
El primer bebé sonrió.
— A lo mejor no la vemos porque aún somos demasiado pequeños. Tal vez solo podremos verla después del nacimiento. Pero dime, ¿nunca has sentido algo especial? Como una sensación de calidez, de seguridad, como si estuviéramos envueltos en amor…
El segundo bebé dudó. Sí… en algunos momentos había sentido algo así. Como si hubiera una presencia, algo que lo abrazaba suavemente, aunque no podía explicarlo.
— Ese es su amor —continuó el primer bebé—. Y si te quedas muy callado, puedes escuchar su voz. No entendemos sus palabras, pero algo dentro de nosotros sabe que son palabras hermosas. Algo profundo, algo que nos llena, aunque no sepamos por qué.
De repente, su rostro se iluminó con una nueva idea.
— Yo creo que ella es nuestra creadora. Es ella quien nos está formando. Mira cómo hemos cambiado. Cada día crecemos un poco más, nuestros ojos, nuestras manos, nuestro corazón… Nada de esto lo estamos haciendo nosotros. Nos están creando.
El segundo bebé frunció el ceño.
— A ver… y si de verdad existe, ¿cómo sabes que es ella la que nos está formando? ¿Cómo puedes estar tan seguro de eso?
El primer bebé negó con la cabeza.
— Mira lo perfecto que es todo. ¿Crees que simplemente estamos creciendo solos? Todo se está desarrollando de una forma tan exacta, tan precisa. Hay algo, alguien, que está detrás de todo esto. No estamos aquí por casualidad.
El segundo bebé no supo qué responder.
— ¿Y si cuando salgamos de aquí encontramos la luz? ¿Y si al fin la vemos? ¿Y si descubrimos el amor en su forma más grande? Tal vez nacer no sea el final, sino solo el comienzo… el comienzo de algo infinitamente más hermoso de lo que jamás podríamos imaginar.
Al recordar esta historia, pienso en aquel hombre del gimnasio, en su mirada llena de preguntas sobre la muerte y lo que viene después. Y, en el fondo, ¿no somos todos un poco como él? ¿Como estos dos bebés?
Vivimos en un mundo que creemos conocer, pero que en realidad es tan limitado como el vientre materno para un bebé. Nos preguntamos qué hay más allá, buscamos señales, respuestas. Algunos, como el primer bebé, sienten una presencia, un amor, algo que los hace confiar en que hay algo más grande esperándonos. Otros, como el segundo bebé, necesitan pruebas, hechos, certezas antes de poder creer.
Pero, ¿y si la muerte no fuera más que otro nacimiento? ¿Y si esta vida solo fuera un proceso de formación, un tiempo de preparación para algo mucho más grande?
Quizás, cuando llegue el momento, veremos finalmente la luz que siempre estuvo allí. Quizás nos daremos cuenta de que nunca estuvimos solos.
Quizás, como un bebé que llora al nacer, creyendo que ha perdido todo, abramos los ojos y descubramos que, en realidad, acabamos de llegar al abrazo de un amor infinitamente más grande de lo que jamás pudimos imaginar.
Katiana
Comments